En el experimento para comprobar las posiblesrelaciones entre la percepción del espacio y las emociones, el equipo pidió a los voluntarios que relatasen recuerdos autobiográficos mientras movían los objetos, diciéndoles, por ejemplo, «descríbame una ocasión en la que se sintió orgulloso de sí mismo» o «cuénteme una situación en la que sintió vergüenza». Los participantes contaron sus recuerdos positivos con mayor rapidez cuando movían objetos hacia arriba y con mayor lentitud cuando los bajaban.
Los investigadores llevaron a cabo una segunda serie de pruebas para comprobar si las acciones motrices podrían también influir en el tema de los recuerdos. Se formularon varias peticiones a los voluntarios para recordar su época de estudiantes, de manera que los sujetos podían elegir entre una historia feliz o una triste. De nuevo se demostró que el sentido del movimiento de los objetos influía en los recuerdos. El movimiento ascendente hizo revivir recuerdos como la obtención de premios, mientras que el descendente se asoció a aspectos negativos como un suspenso en un examen.
No en vano asociamos la felicidad o la tristeza con metáforas espaciales, como «estar en la cima» o «en el séptimo cielo», expresiones comunes que denotan un estado mental positivo; mientras que para indicar uno negativo se dice «estar hundido» o «de capa caída». Estas metáforas lingüísticas indican que establecemos conexiones entre estados emocionales y palabras referentes al espacio. «Los datos sugieren que las metáforas espaciales emocionales no son una mera cuestión lingüística», afirmó el director del equipo de investigación, Daniel Casasanto, de la Universidad Radboud de Nimega. «Estas metáforas lingüísticas hacen referencia a otras mentales y la activación de la metáfora mental "bueno es arriba" puede evocar pensamientos más positivos.»
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